Recuperamos un reportaje que teníamos pendiente desde el pasado invierno, y que, por razones de fuerza mayor, nos habíamos visto obligados a no publicar. La visita a esta granja abandonada se presagiaba tranquila, pero fue todo lo contrario. Durante la misma, un individuo, oriundo de la zona, nos contó una historia difícil de creer, pero tampoco imposible de haber ocurrido en la realidad.
Aquel personaje entrado en años, enjuto y con el rostro castigado por el sol y el aire, había trabajado en estas instalaciones en su juventud. Y en ellas, según sus palabras, presenció como la muerte se cobró una nueva victima.
Nos contó que en aquella granja, en tiempos donde el campo y la ganadería daban para comer a varias familias de los alrededores, se decidió implantar una escuela para los hijos de los trabajadores. En ella se les enseñaría todo tipo de materias, siempre, bajo la dedicada atención de un maestro contratado por la empresa.
Un día de otoño, cuando la niebla comenzaba a barrer los campos del valle, la tragedia estaba a punto de producirse. Uno de esos niños, buscando impresionar a los demás, decidió subirse a la parte superior de una de las enormes cisternas. Cuando la pobre criatura puso el pie en lo alto, el techo cedió y se precipitó de manera inevitable hacia la oscuridad de las aguas allí retenidas. El interior del deposito se convertía en la garganta de un gran monstruo con la intención de engullir a un inocente.
Afortunadamente el profesor escuchó los gritos de sus compañeros, y corrió hasta el lugar con la intención de salvarle la vida. El hombre subió por la misma escalinata y, sin dudarlo, se hundió en el liquido elemento en busca del pequeño. La visión en el interior de aquel ser hambriento era imperceptible, teniendo que guiarse por su tacto. Al final, tras unos minutos angustiosos, el maestro logró encontrar al niño, al que le quedaba un último hilo de vida. Otro de los empleados de la granja le ayudó a levantarlo, y, tras aplicarle el boca a boca, el chico regresó de entre los muertos. El desenlace hubiera sido feliz, pero acabó en tragedia. Debido al esfuerzo, el héroe de aquel día, que padecía del corazón, terminó falleciendo durante la noche. La muerte en aquella jornada cambió los cromos de un niño por un adulto. Una vez más, y siempre, demostró que tenía las de ganar.
El hombre que nos contaba todo aquello comenzó a emocionarse con lágrimas en los ojos, y se despidió de manera fugaz, al igual que ocurrió con su aparición. Sin habérnoslo dicho de sus labios, sabíamos perfectamente que aquel individuo era, en verdad, el niño que se salvó del fatal accidente.
Por ello, y en memoria del profesor, tomamos la decisión de esperar unos meses hasta publicar este reportaje. Nuestras emociones en ese frío mes de enero nos impedían dar a conocer esta historia que marcó a la Granja de Joan Poms para siempre. Algunos que conocen lo acontecido, recorren sus ruinas en absoluto silencio.
La luz de los primeros días de invierno siempre da matices a las fotografías.
Fotografías del aula principal donde los hijos de los trabajadores asistían a clase.
En una de aquellas sillas se había sentado el niño de la cisterna.
Hornacinas para guardar los santos.
Vista general de la escuela de la granja.
Extraño artilugio que recordaba a una parrilla.
Otra vista desde otro ángulo de la escuela.
Sombras y luces dan al lugar un aspecto teatral.
Fragmento de la decoración de la cisterna.
Escalera por la que subió el niño en aquel fatídico día.
Algunos de estos fragmentos resistían el paso de los años.
Este lugar es un paraíso para cualquier coleccionista de marcas antiguas.
Colmena abandonada.
Más y más productos de todo tipo esparcidos por los suelos.
Imágenes exteriores de la escuela.
El edificio principal tiene más plantas a las que no se puede acceder.
Uno de los silos que guardaban el grano para los animales. Al estar tumbado parecía un cohete.
Posible recinto que albergo el camposanto.
En este campo, como una aparición, se presentó nuestro testigo de excepción. Pidió que no le fotografiásemos.
La granja pasa inadvertida desde esta carretera local.
Tocineras donde Joan Poms guardaba a sus cerdos.
Emblema o escudo de la viuda de Joan Poms, apodada la "cochinera".
Hangares donde se guardaba al resto del ganado.
Ya no hay perro guardián que custodie estos terrenos.
Extraña estancia cuyo uso es todo un misterio. ¿Quizás el matadero?
Un tambor de juguete que perteneció a uno de los niños de aquel lugar.
Las sorpresas no acababan nunca en esta granja.
La naturaleza comienza a tomar el trozo de tierra que le fue robada.