El señor Balandraina, tal y como indican los que tuvieron la suerte de conocerlo, dedicó buena parte de su vida a la construcción de edificios en las zonas rurales. Iba de pueblo en pueblo levantando casas para el uso y disfrute de los ciudadanos. Al parecer era muy querido, siempre dejando una huella indeleble en todos aquellos sitios en los que caía. Su vida era itinerante, siempre dando trabajo a aquellos que querían unirse a él en sus obras. Se dice, además, que siempre le gustaba ir vestido con una corbata de colores. Una forma elegante y diferente que, a su manera, venía a ser un homenaje a uno de sus abuelos, conocido titiritero, el cual, al igual que él, llevó una vida sin domicilio fijo.
Nosotros tuvimos la ocasión de encontrarnos con una de sus obras, lamentablemente abandonada a su suerte desde hacia varias décadas. Curiosamente esta ubicación se encuentra cerca de otra bastante conocida por el mundo urbex. En su interior descubrimos que no solo se usaba como vivienda, sino también como fonda. Es bastante probable que el espacio estuviera compartido entre personas que estaban de paso con otras que vivían allí regularmente. Lo que más nos llamó la atención fueron los ojos pintados en algunas paredes. Uno de ellos, por cierto, nos vigilaba con atención tras una ventana. Una mirada profunda, cuyas intenciones no eran hostiles, que parecía un símbolo y recuerdo hacia aquellas personas que habitaron aquel lugar y cuyos ojos ya se habían cerrado para siempre. Uno de esos inquilinos, por cierto, era un gran aficionado al cine, en especial al género de acción de las décadas doradas de los 80 y 90.
Una mirada penetrante observa tras la ventana.
Artículos de oficina, uno de ellos un sello de Balandraina S.L.
La de bombones que se debieron comer con aquella lata.
Las cajas y tambores de Ariel suelen ser habituales de los abandonos.
Varios pisos nos aguardan en una casa sin vida.
Detalles de los objetos que todavía se conservan en el interior de algunos de los pisos.
El juego de la película Terminator, el clásico de James Cameron de 1984. Esto nos da una idea de cuando fue por última vez habitada la casa.
El esqueleto de un armario totalmente desahuciado.
Todavía había zonas de la casa, como este baño, no excesivamente vandalizadas.
Clásicas galletas danesas que uno se traía de Andorra.
La corbata del señor Balandraina, quién sabe...
Aquellos viejos radiocasetes con los que pasábamos horas escuchando música.
Posters de las grandes películas que estrenaron Schwarzenegger y Stallone en la década de los 90.
"Dos policías rebeldes", de cuando Michael Bay realizaba buenas películas y no tanto Trasnformer.
Detalles interesantes, entre luces y sombras, de las puertas.
¿Qué comida sería la última la que cocinaron en esta cocina?
Cuentos infantiles que ninguno niño volverá a leer.
Dos pobres gatos encontraron la muerte en aquella habitación Sus cuerpos momificados todavía se conservan más o menos bien.
Una cama de otro tiempo nos esperaba en una de las alcobas.
¿Cuál sería el último programa que se vio en esta televisión?
Sillas agrupadas, quizás por una última reunión.
Abrir neveras siempre resulta todo un desafío.
La costumbre de empapelas las paredes nunca la he entendido.
Una de las ventanas tenía una estupenda vista del pueblo cercano.
La buhardilla parecía un decorado de una película de los Warren.
Toca ir bajando, dejando atrás en nuestro recuerdo este lugar especial.
Una genuina barandilla Balandraina.
Encantador el artículo, las fotografías maravillosas, la historia entrañable
ResponderEliminarMuchas gracias Joaquim por tu amable comentario.Nos alegra mucho que te haya gustad.Un saludo.
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