viernes, 6 de julio de 2018

Fuerte de San Cristóbal

Monte Ezkaba:La tumba olvidada.

Por Raquel Abad Coll

“Los muros de piedra no hacen una prisión, ni los barrotes de hierro una jaula; para los espíritus inocentes y serenos eso no es sino un lugar solitario.” 

Richard Lovelace ( (1618 -1658)  poeta inglés.


Recientemente visité uno de los enclaves que más huella me han dejado por la tragedia histórica que sus vetustas murallas rezuman. Ya había oído hablar en numerosas ocasiones de este enclave, pero poder verlo en primera persona superó con creces todas las expectativas iniciales. Ya desde algunos puntos de la ciudad de Pamplona se podían ver unas antenas de comunicación, y, junto a ellas, una construcción que pasa completamente desapercibida. Los turistas e incluso muchos ciudadanos de la capital navarra viven completamente ajenos a su existencia. Todo por culpa de un telón oscuro que ha cubierto el  pasado del lugar, dando como resultado una censura informativa que viene durando demasiados años.
El Fuerte de San Cristóbal, también conocido como el Fuerte de Alfonso XII, está considerado como uno de los penales más siniestros y duros del sistema carcelario español, destinado no solo a aplacar a los disidentes políticos, sino también a otros individuos penados por otras causas. Sin embargo, al principio, no estaba destinado a semejante función, ya que fue planteado como primera línea de defensa en caso de ataque. La posición privilegiada del monte Ezcaba, un auténtico balcón natural desde el que se ve toda Pamplona, lo convertía en la estructura militar mejor protegida en caso de una guerra con artillería. Todo en su conjunto vendría a suponer la imponente cifra de 615.000 m2, requiriendo para su construcción la voladura, y posterior vaciado, de la cumbre de la citada elevación. Su inmenso foso, impenetrable desde el exterior, oculta varias construcciones repartidas entre tres plantas llenas de galerías. Un auténtico laberinto que hoy en día sigue sirviendo de reclamo para muchos amantes del misterio y los edificios abandonados que intentan, sin éxito, adentrarse en su corazón. Nada desde fuera le hace a uno imaginarse la tremenda estructura interior, debidamente oculta a no ser que sea desde un punto de vista aéreo. Todo lo que te hayan contado sobre él es cierto, todo y mucho más. La escala de sus dimensiones va más allá de lo que usualmente encontramos en otras construcciones similares del resto de la cordillera pirenaica.
Como prisión estuvo activo hasta 1945, aunque la fecha por la que más se recuerda es la del 22 de mayo de 1938. En esta jornada, 795 presos de todo tipo y condición, entre los que se encontraban anarquistas, socialistas, republicanos, comunistas, nacionales e incluso algunos privados de libertad por su condición sexual, se fugaron. En plena Guerra Civil se hicieron con el control de la instalación, abriendo las puertas a 2.400 compañeros. 585 fueron capturados y devueltos al lugar, 207 asesinados en las laderas y solo 3 se conocen que consiguieron huir de las fuerzas del orden. En concreto, 14 fueron condenados a muerte y fusilados tras volver al Fuerte. Las ansias de salir de aquel lugar iban más allá de la privación de libertad, ya que en sus celdas y pasillos se vivía el horror más absoluto. El hambre, la humedad y los castigos eran inhumanos, y algunos tan solo quisieron salir para poder tomarse una sopa caliente con fideos. A día de hoy todavía se pueden ver vestigios de aquella fuga, cerca de las cunetas, a modo de vía crucis macabro. La carretera de ascensión al discurre por una auténtica fosa común.
El documental Ezkaba, la gran fuga de las cárceles franquistas (Iñaki Laforja, 2006) compuesto a base de numerosos testimonios de sus protagonistas más directos –presos fugados, familiares y amigos- sirve de testimonio audiovisual de estos acontecimientos. En él se combinan imágenes históricas con otras captadas hace ya más de diez años, levantando el silencio que cubría aquel episodio repleto de heroicidad humana. Durante su metraje se denuncian las extremas condiciones de hacinamiento de unos 2500 internos, todos ellos traídos desde diversos puntos del territorio español en los oscuros años del alzamiento militar. Esta obra del realizador Iñaki Laforja se concibió como memoria histórica, además de servir como herramienta para dignificar el recuerdo de todos sus protagonistas. Por otro lado también trazó un puente con el tiempo presente de su estreno, no muy diferente al actual, denunciando la manipulación informativa y la amnesia social como mal endémico de la población.
Este imprescindible documento da voz a sus protagonistas, haciéndonos ver quiénes eran y cómo llegaron hasta allí, además de revelar de primera mano las condiciones en las que vivían y cómo se llegó a perpetrar tamaña evasión. Sorprende que su realización se llevase a cabo 31 años después de la llegada de la democracia, ya que incluso, tras la Transición, se interpuso un pacto de silencio de la misma manera que hizo la dictadura franquista primero.
La mayor parte de los presos fue consciente de la fuga una vez que ya estaba en marcha, después de que unas veinte personas se hicieran con el control del fuerte reduciendo a los guardias del penal y a los 92 soldados apostados en el perímetro exterior. Todo bajo la atenta mirada de Leopoldo Pico, el verdadero cerebro de la operación, que fue ajusticiado poniéndose al frente de los demás en el patíbulo. La fuga tuvo esos ingredientes tan habituales en el cine de grandes evasiones, con Pico reduciendo a sus guardianes, hasta incluso disfrazándose como uno de ellos con una gorra, un abrigo y una pistola en la mano. A partir de este punto se sucederían un gran número de peripecias personales, algunas de ellas difíciles de entender al no poder experimentar, ni de lejos, los sucesos acontecidos y el duro contexto histórico que les tocó vivir.

Iñaki Alforja, realizador de documentales, tras trabajar para diversas cadenas de televisión, así como para organismos y ONGs en América Latina y África, decidió aglutinar buena parte de estos sucesos en una obra documental que le llevó tres años de preparación hasta su estreno. Su trabajo de investigación le hizo bucear en archivos penitenciarios y en otras instituciones, dando como resultado una producción única someramente documentada. Esta obra, a su vez, sirve como complemento ideal al libro Fuerte de San Cristobal, 1938 escrito por el propio Alforja junto a Félix Sierra.


ARTÍCULO APARECIDO EN LA REVISTA DE CINE VERSIÓN ORIGINAL-JUNIO 2018-DOCUMENTALES.







Magníficas vistas desde el balcón natural del monte Ezkaba.

Una de las entradas da lugar a un laberíntico foso rodeado de muros.

Todo parece cerrado, pero una escalera nos conduce a una posible brecha en el complejo.

Los túneles nos llevan bajo tierra y a la más absoluta oscuridad.

Diferentes estancias aparecen a ambos lados del pasadizo principal.



Escaleras que suben y bajan, sin duda un escenario de locura.


Angosto pasadizo que hay que cruzar de lado y de uno en uno.
La luz al final del camino apenas ilumina las estancias.





Los presos apenas veían estos rayos de sol desde sus celdas.


Una puerta oxidada nos impide seguir al interior central del complejo.



Estos espacios entre muros recuerdan a la película de "El corredor del laberinto".
Salidas cegadas por toneladas de tierra y fosos dificiles de sortear.


Caminamos cada vez más lentamente, el barro nos llega casi hasta las rodillas.


El barro dificulta el camino por los metros y metros de foso.


Múltiples orificios en la pared nos hacen anhelar con ver el interior.


Un árbol aparentemente sin vida se niega a morir en este espacio de pesadilla.


La vegetación se abre camino entre tanto abandono.




Al final de uno de los fosos volvemos a la entrada, pero al estar cerrada debemos retroceder.
Puerta principal al célebre fuerte, completamente inexpugnable. 
Un intento baldío de hacer una foto entre los muros. 

Regresando de nuevo con el miedo de no encontrar el acceso a este laberinto.

Al fin encontramos las escaleras que nos devuelven al mundo real.

Imágenes de los fosos desde el sendero superior.

Panorámicas de la ciudad de Pamplona desde uno de los balcones de la montaña.