viernes, 18 de julio de 2025

La casa de Ling Fu

Aunque su nombre se ha perdido con el tiempo,  hace décadas llegó a esta casa Ling Fu, de ojos rasgados y sonrisa serena. Viajaba ligero, con una vieja maleta y un libro en chino. Nadie sabía por qué eligió esta casa desvencijada al final del camino, cubierta de enredaderas y sombras. Pero él, paciente, la devolvió poco a poco a la vida: ventanas limpias, jardín ordenado, carteles con extraños caracteres colgados en la puerta.

Muchos niños iban a visitarlo, fascinados por los dulces de jengibre que repartía y las historias de leones dorados y montañas voladoras que contaba, a veces en un castellano extraño decorado de risas y muecas. Los mayores lo miraban de lejos, pero se contagiaban de la hospitalidad que traía con el té humeante cada atardecer y farolillos rojos que brillaban cándidos desde el porche.

Cuentan que el hombre encontraba paz en la pintura, y que algunas noches, a la luz de la luna, se escapaba a una de las paredes del salón. Allí, con una mezcla de brochas improvisadas y pintura verde, dibujó el rostro de un chino sonriente, ojos chispeantes y bigote torcido. Nadie lo supo hasta tiempo después, cuando al abrir la puerta una mañana el grafiti apareció saludando a todos los que cruzaban el umbral. Un guiño pícaro, eternamente impreso.

El hombre se marchó como llegó, en silencio, dejando atrás una casa llena de pequeños recuerdos: algunos faroles, palabras escritas en hojas de arroz y ese grafiti verde que ahora es leyenda. Dicen algunos que, si entras en la casa un día de niebla, el rostro sonriente parece cobrar vida y recordar los días felices llenos de aroma a té y risas de niños.

Hoy, quien explora “La casa del chino” descubre que no solo hay ruinas y polvo, sino una memoria teñida de verde esperanza en una de sus paredes que da testimonio inmortal a su protagonista.

                             
     La planta baja de la casa nos recibe con esta misteriosa estancia
 La casa está bien aislada y en este balcón el chino pasaba muchas horas pensando en tiempos mejores.
        El terreno de la casa es amplio y se hizo cosntruir esta piscina para él solo.

                     

                      

                        
              En las casas abandonadas siempre cuelga alguna cortina,
                  testimonio mudo de los que allí vivieron
           No puede faltar la gran chimena en el salón.

                            Ling Fu pasaba en este balcón largas horas para inspirarse en sus pinturas.
       Las contraventanas siguen conservándose muy bien a pesar de las décadas de abandono de la casa. 

           Álguien quiso inmortalizarlo en una de las paredes
¿O fue él mismo?


   Un viejo patín olvidado.


La casa de Ling Fu nos agradece nuestra visita, ya que no es un lugar muy visitado.